Carlos y el viaje a AstúnduruEsta es la historia de un piloto de cohetes, Carlos, que amaba su trabajo. Le encantaba salir al espacio exterior y pasar horas observando la tierra y las estrellas.
Uno de esos días de viaje, su visión fue interrumpida por una mano verduzca y un rostro largo con enormes ojos oscuros.
Carlos saltó del susto y sus copilotos le preguntaron qué había pasado. A Carlos le vergüenza confesar lo que había visto. Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que había visto, así que no dijo nada más.
Pasado un rato se armó de valor y volvió a asomarse a la ventana. No vio nada.
Siguió con sus tareas rutinarias dentro de la nave, hasta que se olvidó de lo ocurrido y de nuevo volvió a su tarea favorita: contemplar el paisaje por la ventanilla.
Mientras observaba el espacio, vio de nuevo a la figura, pero esta vez no sintió tanto temor, sino curiosidad.
Observó con atención los largos dedos de la criatura, que más bien era pequeña, y que usaba una especie de traje ajustado de color verde que le cubría desde los pies a la cabeza.
Tenía una cara pálida y estaba descubierta, por lo que sus grandes ojos negros destacaban aun más. En el torso llevaba una especie de cadena muy larga que lo sujetaba a lo que parecía ser su nave.
Pero a Carlos le llamaba la atención la expresión de sorpresa curiosa que podía distinguir en el rostro del ser, que para su sorpresa le hizo señas con sus manos. Señas que no entendió.
Sin embargo, sin que nadie más lo notara, se las ingenió para salir de la nave y ver de cerca a ese personaje.
Cuando estuvo frente a él le saludó con un lentísimo:
-Hoooo-la.
A lo que el personaje respondió con una sorpresiva naturalidad:
– Hola, ¿qué tal? Soy Eirika Spinklin. Llevo tiempo observándote y me gustaría que fuéramos amigos.
– ¿Cómo es que entiendes mi lengua y la hablas? – preguntó un sorprendido Carlos.
– Larga historia que se resume en: he tenido muchos amigos humanos. ¿Quieres ver algo asombroso? He notado que admiras el espacio exterior.
– ¡Claro! – respondió Carlos sin dudar, aunque enseguida notó que no tenía ni idea de lo que eso podía significar.
Erika lo tomó de un brazo y lo llevó hasta lo que parecía ser una nave espacial. No tenía propulsores ni nada. Era como si flotara y se deslizara en el éter, al mismo tiempo.
En el interior de la nave, había mucha luz y un espacio tan amplio que era imposible pensar que estaban dentro de una nave. De hecho, no había cables, botones o palancas a la vista.
Erika le indicó que podía sentarse y solo cuando lo hizo, pudo notar que la realidad frente a él cambiaba. De la nada, surgió una especie de gran pantalla con un mapa con símbolos e imágenes que nunca había visto.
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